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      El dogma de la Asunción

      Queremos dedicar el tema de hoy a hablar de este hermoso dogma mariano: la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos.

      Esta será una entrada dedicada a hacer un estudio sobre el tema. Creemos que es necesario que lo hagamos, que debemos instruirnos, porque todos necesitamos formarnos para dar razón de nuestra fe.

      Te invitamos a leer y estudiar con detenimiento este tema. Descubrirás verdades asombrosas sobre nuestra Madre, la Santísima Virgen María. Y seguramente esto te ayudará a caldear tu corazón, porque para amar a alguien hay que conocerlo, y mientras más lo conozcamos, más podremos amarle.

      ¡Empecemos!

      ¿Qué es un dogma?

      Un dogma es una verdad revelada por Dios y definida por la Iglesia. Es una verdad absoluta, definitiva, inmutable, infalible, irrevocable, incuestionable y absolutamente segura sobre la cual no puede flotar ninguna duda. Una vez proclamado solemnemente, ningún dogma puede ser derogado o negado, ni por el Papa ni por decisión conciliar. Por eso, los dogmas constituyen la base inalterable de toda la doctrina católica, y cualquier católico está obligado a adherir, aceptar y creer en los dogmas de una manera irrevocable.

      La Iglesia en su caminar ha definido varios dogmas referentes a Dios mismo, a Jesucristo, a la Virgen María, al papa y a la Iglesia, entre otros. Los dogmas marianos hasta ahora, son cuatro:

      • María, Madre de Dios
      • La Virginidad Perpetua de María
      • La Inmaculada Concepción
      • La Asunción de María.
      • El dogma de la Asunción de María
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      El Papa Pío XII definió solemnemente el dogma de la Asunción de María el 1 de noviembre de 1950. Este dogma fue promulgado en la Constitución “Munificentissimus Deus” con las siguientes palabras:

      «Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo».

      MD nº 44

      Las razones fundamentales para la definición del dogma presentadas por Pío XII fueron:

      La inmunidad de María de todo pecado

      La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María careció de todo pecado, entonces ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo así entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.

      Su Maternidad Divina

      Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuidó, le estrechó contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiera que el cuerpo que le dio vida llegase a la corrupción.

      Su Virginidad Perpetua

      Como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.

      Su participación en la obra redentora de Cristo

      María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.

      San Juan Pablo II y el dogma de la Asunción

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      Es por todos sabido el amor tierno y filial que profesaba San Juan Pablo II a la Santísima Virgen María. Hay muchos textos suyos que lo atestiguan. Hemos extractado algunos de ellos que hablan específicamente del dogma de la Asunción:

      Signo check«El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio» (JP II, 2-julio-97).

      Signo check“Contemplando el misterio de la Asunción de la Virgen, es posible comprender el plan de la Providencia Divina con respecto a la humanidad: después de Cristo, Verbo encarnado, María es la primera criatura humana que realiza el ideal escatológico, anticipando la plenitud de la felicidad, prometida a los elegidos mediante la resurrección de los cuerpos” (JP II , Audiencia General del 9-julio-97).

      Signo check“María Santísima nos muestra el destino final de quienes oyen la Palabra de Dios y la cumplen (Lc 11,28). Nos estimula a elevar nuestra mirada a las alturas, donde se encuentra Cristo, sentado a la derecha del Padre, y donde está también la humilde esclava de Nazaret, ya en la gloria celestial“ (JP II, 15-agosto-97).

      María, la obra más maravillosa de la creación de Dios

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      La Asunción nos recuerda que María es una obra maravillosa de Dios. Concebida sin pecado original, su cuerpo estuvo siempre libre de pecado. Era totalmente pura. Su alma nunca se corrompió. Su cuerpo nunca fue manchado por el pecado, fue siempre un templo santo e inmaculado. María fue elegida para ser la Madre de nuestro Salvador. Por el poder del Espíritu Santo «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros».

      Ella siempre presentó a Nuestro Señor a los otros:

      • a Isabel y a su hijo Juan, que dio un brinco de gozo en el seno de su madre ante la presencia del Señor;
      • a los sencillos pastores así como a los sabios Magos;
      • a las personas de Caná, cuando Jesús respondió al deseo de su Madre y obró su primer milagro.

      María permaneció al pie de la Cruz con su Hijo, sosteniéndolo y compartiendo sus sufrimientos con su amor como sólo una madre podría hacerlo. Eestuvo con los Apóstoles en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió y la Iglesia que había nacido en el Gólgota se hizo viva. María fue la sierva fiel de Dios que íntimamente vivió el nacimiento, vida, muerte y resurrección del Señor.

      Como María era libre del pecado original y de sus efectos (uno de los cuales es la corrupción del cuerpo en la muerte); y puesto que Ella compartió íntimamente la vida del Señor y su Pasión, muerte y Resurrección y estuvo presente en Pentecostés, esta discípula modelo compartió la resurrección corporal y la glorificación del Señor al final de su vida.

      ¿Qué nos dice el dogma de la Asunción a nosotros, hoy?

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      Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:

      «La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos.»

      (CIC nº 966).

      Veamos qué implica para nosotros hoy la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos.

      La Asunción de María es nuestra esperanza

      Esta es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas. La Virgen es imagen y primicia de la Iglesia que será glorificada, y anticipo de la plenitud de la salvación. Las promesas que Nuestro Señor nos ha dado de compartir la vida eterna, incluyendo la resurrección de los cuerpos, fueron realizadas en María.

      El dogma de la Asunción es un mensaje de esperanza que nos hace pensar en la dicha de alcanzar el Cielo y en la alegría de tener una madre que ha llegado a la meta hacia la que nosotros caminamos. María cumplió perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso es lo que la llevó a la gloria de Dios. Todos nosotros queremos llegar a Dios, y en esto debemos trabajar todos los días. Esta es nuestra esperanza. Lo que María ha alcanzado nos anima. Lo que ella posee nos sirve de esperanza.

      La Asunción de María, madre de Dios y madre nuestra, es para nosotros motivo de esperanza y de alegría porque, pobres y necesitados como somos, vemos que la Virgen sube al cielo para abogar por nosotros ante Dios con mayor eficacia.

      Ella es la mujer más triunfadora. La humilde esclava del Señor ha logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir la voluntad de Dios; como motivación el amor. El premio: su Asunción a los cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor forma de vivir. En María podemos buscar remedio a nuestras dolencias, fortaleza en la fe, apoyo en las tribulaciones, gratitud en nuestros logros, razones para seguir viviendo.

      María asunta al Cielo es nuestro modelo

      El triunfo de Jesucristo sobre la muerte y el pecado se refleja en María, la Inmaculada, como corredentora en la obra salvadora de Cristo. Por eso el Poderoso la escogió y la enalteció para mostrar a los hombres la realidad misteriosa a la que somos llamados. En María contemplamos un modelo a seguir, un símbolo de esperanza, pues imitando su ejemplo podemos, como ella, recorrer nuestro itinerario personal y tener un final feliz.

      «En María la Iglesia admira y ensalza el fruto sobresaliente de la redención, y contempla en ella con gozo, como en una imagen purísima, lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser».

      (Sacrosanctum Concilium 103, Concilio Vaticano II)

      La promesa de Dios brilla especialmente en esta fiesta de alegría y triunfo: «Seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es» (1Jn 1,2). La Asunción de María al cielo consuma el proyecto divino: «Es voluntad de mi Padre que todo aquel que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,40).

      El dogma de la Asunción también nos hace pensar en todas las gracias que Cristo derramó sobre su Madre, y cómo ella supo responder. Ella alcanzó la Gloria de Dios porque vivió las virtudes, y se coronó con estas mismas virtudes.

      Contemplando a María asunta al cielo, el cristiano aprende a descubrir el valor de su propio cuerpo y a custodiarlo como templo de Dios, en espera de la resurrección y glorificación de la vida eterna bienaventurada.

      Su triunfo es nuestro triunfo

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      El triunfo de María es también el triunfo de sus hijos. María ha subido al cielo en cuerpo y alma para decirnos que un día estaremos con ella, de manera semejante. Ahí nos espera; en ninguna otra parte, con los brazos abiertos para abrirnos la puerta de la gloria.

      La Asunción de María es el argumento o prueba de que todos los fieles de los cuales la Virgen Santísima es Madre, estarán un día con sus cuerpos glorificados junto a Cristo glorioso. Nuestro futuro no es utópico. Es una realidad existente en Cristo y María.

      María es dichosa no por llevar a Jesús en su vientre, sino por llevarle en su corazón más que en su seno, por escuchar y practicar la Palabra de Dios. María es dichosa por hacerse Madre y hermana nuestra al cumplir la voluntad de Dios y al aceptarnos también como hijos al pie de la cruz.

      La figura de María nos dice que estamos en la vida no para buscarnos a nosotros mismos, sino para caminar alegremente, con prisa, para servir a los demás. El relato de la visitación de María a su prima Isabel es una invitación a seguir su ejemplo, imitando sus virtudes y su espiritualidad. Al sentirse agraciada por Dios, no se transforma en una mística pasiva, sino que se pone en camino hacia la humanidad necesitada, representada en Isabel, para llevar con ella la fuente de la vida que se gesta en su vientre.

      Que como María sintamos la grandeza del amor de Dios y la alegría que él ha sembrado en nuestro corazón. Que creamos que Dios mira y bendice la humildad de nuestra vida y todos los pasos de generosidad que vayamos dando.

      Conclusión

      Terminemos con estas palabras de la liturgia bizantina que recoge el Catecismo de la Iglesia Católica:

      «En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Te trasladaste a la vida porque eres Madre de la Vida, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas».

      (CIC nº 966).

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